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Hay que quitarle el hipo al Señor cura

Calla, calla – le dije a Francisco mientras seguíamos escondidos tras el viejo y enorme mueble de la Sacristía – si el cura nos escucha, nos reprenderá. -Pero si es demasiado divertido escuchar al Padre siempre con su ruidoso hipo – dijo Francisco esforzándose por no soltar su risotada de gaviota. No era primera vez que nos escondíamos en ese lugar a espiar al cura del pueblo. Era un hombre pequeño, de gran panza, caminar rápido, hombros curcunchos y ceño fruncido. Parecía un enano de cuento, calvo y de barba blanca. Era un personaje extraño, pero nuestras madres y las Señoras de “Campanario Azul” le querían mucho. En general, era bastante amable con los fieles de nuestra comarca, pero con los niños era muy regañón. Siempre estaba fiscalizando lo que hacíamos en la escuela o en la calle afuera de casa. Se paseaba de lado a lado controlando todo y a todos. Tratábamos de devolver su maniática supervisión, espiándolo de vez en cuando. Y ese día, el Padre Willy, nuevamente tenía ese hipo que lo delataba al pasar por las habitaciones del internado. Con Francisco habíamos decidido espiarlo, y cada ciertos pasos mientras lo seguíamos, le daba su feo y ronco hipo que le entorpecía su acelerado caminar. Debíamos contenernos para no ser delatados por alguna carcajada. Y ahí estábamos, detrás de ese antiguo armario repleto de capuchas, hábitos, capas y correas. Rezábamos para que no nos descubriera, porque de seguro usaría alguno de esos látigos para castigarnos. Pero el miedo se mezclaba con la risa y diversión de espiarlo mientras el hipo lo hacía saltar como canguro haciendo sus quehaceres. De pronto, fuera de la habitación, se escucharon pasos acercándose. Eran dos personas que cuchucheaban y contenían unas risitas como de pequeñas ardillas. Con Francisco llegamos a identificar que eran voces de mujer, por lo que de seguro serían la Madre Isabel y Renata. Ellas eran muy cariñosas y divertidas, y siempre andaban sonrientes por el convento. A medida que se acercaban a la puerta se oían claramente sus alegres voces cohibidas. Cuando pasaban justo por la puerta de la Sacristía, el Padre Willy suelta el mas fuerte y estrepitoso de sus hipos, y desde afuera, con gran carcajada, se oye la voz de Madre Renata, que sin poder contenerse frente a tan solazado momento, dijo en voz alta: “hay que quitarle el hipo al Señor Cura”. En ese preciso instante el Padre Willy salió al corredor y rió con ellas de buena gana. Justo en ese momento, aliviados y muertos de la risa, Francisco y yo aprovechamos de escapar por la puerta lateral que daba a la capilla.