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Catherine Parker Larrañaga  

Catherine Parker Larrañaga

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¿Por qué escribes? me preguntó alguien…

…y me dí cuenta que nunca me había hecho la pregunta. Detenerme a pensar en algo que hago por gusto, placer y que fluye en forma natural, no requiere de cuestionarme, pues lo que se hace con agrado simplemente se hace y se disfruta.

Desde niña siempre me gustó escribir. Lo hacía en mis diarios de vida buscando desahogar alguna pelea con mis hermanos, alguna desilusión o para confidenciarle a alguien, en este caso a una generosa hoja en blanco, lo que sentía por mi primer amor infantil. Ya más grande lo hacía en mis cuadernos universitarios, arrojando en el papel mis pensamientos, frustraciones, logros y secretos que sólo podía contarle a ese papel sin voz. Cualquier página vacía me servía. El solo hecho de tener ese espacio frente a mi, capaz de llenarlo a mi antojo, era liberador. Aun tengo guardados aquellos cerros de diarios y cuadernos que se esconden en un rincón de mi closet. Tal vez algún día serán parte de una novela, autobiografía o quizás simplemente, el paso del tiempo los consuma y se desvanezcan hasta que el color sepia de los años hagan ilegible su tinta. Por ahora, ahí están, dando testimonio de mi misma.

Hoy en mi adultez, casada y con hijos adolescentes mayores de edad, logro el espacio para reencontrarme con la letras y las páginas vacías que postergué para darle prioridad al matrimonio, la maternidad, los hijos y a mi carrera. Un ir y venir de vertiginosos años productivos en cada uno de esos ámbitos. Hoy mi productividad tiene otros roles, otras actividades, y comienzo a estar inmersa en darle a mi vida lo que realmente quiere con el tiempo que le queda. Cuando se llega a la mitad de la existencia, buscamos que lo que nos queda de ella, sea pleno. Aunque suena algo egoísta, no hay más tiempo que perder para estar con los que queremos estar, viajar a donde aún nos falte conocer, disfrutar de la comida que sólo nos gusta, escuchar buenas y profundas conversaciones sin perder tiempo en palabras necias o sin sentido. Lo que importa en esta etapa es no dejar para mañana lo que queremos y podemos disfrutar hoy.

El tiempo pasa volando, y aunque suene a frase cliché, es una gran verdad. Cuando jóvenes, muchas veces pedíamos al tiempo que pasara rápido para que llegara la fiesta que tanto esperábamos, o para egresar del colegio aburridos de levantarnos temprano y tener tantas pruebas, o porque queríamos ser grandes para poder manejar y salir a “taquillar” en el auto de los papás. Queríamos llegar a ser adultos independientes y no tener que estar pidiéndole permiso a nadie para hacer lo que quisiéramos. Y cuando ya eres adulto, te casas y llegan los hijos; en mi caso un trencito de varias creaturas todas casi del mismo porte, que consumían mis energías y las de mi marido, de nuevo anhelas que el tiempo transcurra rápido, pues el cansancio te tiene la espalda adolorida de tener bebes en brazos y tu día es un eterno bostezo por sueño acumulado de noches interrumpidas por bocas que lloran una leche. Y pasan y pasan los días esperando que esos “monstruos” consumidores de tu energía, crezcan hasta que llega el momento en que además sean capaces de subirse solos a una micro y regresar a casa, así, el rol de chofer permanente termina.
Pero hoy, al mirar en retrospectiva y con nostalgia esos acelerados años arriba de esa montaña rusa llamada familia, me doy cuenta que el hacer y el deber me robaron momentos para gozar más, contemplar más y jugar más con ellos.

El ser otra obrera en la construcción de mi familia, que también me exigía aportar parte del sustento, mantener la casa limpia, cuidar de esos pequeños muñecos animados llamados hijos y enfocar esos años en la responsabilidad de cuidar, mantener y educar, hicieron que no me diera cuenta de cuán velozmente pasó la mitad de mi vida.

Ahora entiendo que el ser abuelos nos dará la oportunidad de gozar, a través de los hijos de nuestros hijos, de esas creaturas a las cuales sólo tenemos que regalonear para amortizar la deuda que tenemos con nuestros retoños. Siempre digo que a mis nietos los devolverá a casa de sus padres embarrados, con las caras sucias por haber saboreado un helado, con las manos pintadas por un plumón con el cual dibujaron y hasta, tal vez, con una que otra rodilla rasguñada por haber jugado a las escondidas arrastrándose tras los arbustos del jardín. Eso quiero. El día que sea abuela, sólo me preocuparé de pasarlo bien con mis nietos. Esa realidad, que pasó demasiado rápido con mis hijos, la recuperaré con ellos si el destino y la vida me regalan esos momentos. Mientras los espero, disfrutaré haciendo lo mío.

Y por eso escribo, porque lo disfruto, brota en mi la imaginación y la creatividad en forma espontánea y fácil, transportándome a otros lugares y situaciones. Escribo porque me distraigo y además aprendo al investigar sobre sucesos de la historia, personajes ilustres, lugares del mundo y todos los detalles que debo averiguar cuando quiero incorporarlos en mis textos. Es un momento muy mío en donde vuela el tiempo y mis ideas. Escribo con la intención de que los que lean mis libros, se entretengan y descubran, quizás entre línea y línea, algo valioso.
Escribo porque me hace tan feliz como caminar a orillas de un lago y contemplar su calma.